Antártida madrileña

Este año próximo no me toca viajar a la Antártida pues estamos a la espera de que nos aprueben el nuevo proyecto de investigación que en esta ocasión se centrará en el comportamiento de los elefantes marinos. Hemos pasado de los diminutos colémbolos a estudiar estos macromamíferos, que en el caso de los machos pueden llegar a pesar las 4 toneladas. Pero ya tendremos tiempo de hablar con más detalle de las nuevas tareas antárticas.   



Quería contaros la experiencia de que no hay que irse tan lejos para disfrutar de las magníficas sensaciones de un entorno extremo en el que el viento, la niebla y el frio te transportan a sentir las emociones de estar en tierras antárticas. Para despedir el año me he subido con mis hijos, Álvaro y Ana -acompañados de su novio Carlos- a Cabezas de Hierro, en este caso la Mayor. Uno de los puntos emblemáticos de nuestra Sierra de Guadarrama en el que el vértice geodésico estaba revestido de una bandera sólida y blanca de hielo que ondeaba de forma estática en una sola dirección, curiosamente hacia el norte. Son carámbanos en sentido horizontal, todo un espectáculo increíble de equilibrio inestable que solo se mantiene por una mezcla de bajísimas temperaturas y un viento constante. 

En la cima estas condiciones extremas hacen que la nieve juegue con las irreconocibles piedras dando curiosas formas acristaladas. Pero la cima no es lugar para quedarse parado mucho tiempo pues hasta los pensamientos parecen helarse cuando se escapan de nuestras cabezas.   



El paisaje es tan increíble como si nos encontráramos en el continente antártico, todo pintado de miles de matices de blanco, sin nadie en las proximidades y con la sensación de que por cada sitio que pasas eres el explorador que lo descubre y pisa por primera vez. Rodeados de una tranquilidad tan poco frecuente en estas montañas del Guadarrama, ya demasiado acostumbradas a la presencia humana. Un paisaje invernal diferente al habitual en el que la nieve y hielo transforma a los pinos y piornos en estatuas heladas cubiertas de un manto blanco que hacen desaparecer todos los vestigios verdes de esa vida que escoden en su interior y que volverá a resurgir con fuerza cuando el sol llame a su puerta. Algunos de estos pinos son verdaderos gigantes perpetuos que abren sus radiales ramas asalmonadas dentro del manto blanco creando un contraste cromático increíble. Matices que deleitan nuestros ojos y nos hacen disfrutar de un paseo en el que nuestras huellas y sensaciones son únicas.   




Pero quizás el hecho más increíble del día es ese encuentro inesperado y causal con un lobo perro o perro lobo, muy probablemente asilvestrado -aunque con collar-, que había sido capaz de acorralar y dar caza a un jabato agonizante. Con nuestra presencia se alejó unos metros, pero no demasiados, pues no iba a abandonar su apreciada presa que seguro le costó bastante abatir. Testimonio claro de que no todas las acusaciones de las maldades que comenten los lobos son realmente suyas.  



Os comparto estas blancas postales navideñas y os deseo que en el 2021 sepamos apreciar mucho más las maravillas y encantos que tienen esos paisajes guadarrámicos que tenemos tan cerca y que cada día del año entrañan misterios y vivencias que sí las buscamos seguro disfrutaremos de ellas con intensidad.  




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